¿Buscas a ‘yak’? Está aquí

Segundo y último día en Ulán Bator (Mongolia). Hoy ha sido uno de los mejores días de este viaje. Hemos cambiado el caos del tráfico (o, al menos, un poco), de los pasos de cebra invisibles para los coches, de las pirulas al mando del volante y de los pitidos constantes por lugares esteparios y salvajes con vidas mucho más tradicionales. Solo un adelanto: los tres polvorones hemos comido en casa de una familia mongola y montado en yak.

El cansancio de todas las horas de tren y de los kilómetros en nuestras zapatillas ya se va notando. Nos dormimos hasta en un coche en pleno atasco y efervescencia de la ciudad. Aún así hoy nos hemos ido de excursión (con la mochila, pero sin jamón) y rodeado de la Mongolia más auténtica. De esa que, incluso, comparte carreteras con vacas, cabras, caballos y ovejas... y vive en una ger mongola o yurta.

Polvorón de Almendra, Rosco de Vino y yo hemos ido en una furgo con nuestra guía y con el conductor, que nos amenizó la jornada con una banda sonora que parecía la versión mongola de los cantajuegos. La primera parada de esta pijiexcursión ha sido en el monasterio Gandantegchinlin. Re-visitamos la estatua del Buda de 26 metros, la más alta que hay desde el Sitio de Leningrado (ahora San Petersburgo), ya que tuvieron que usar los materiales de otra de mayores dimensiones para fabricar munición. Impresionante.

Escuchamos la llamada a la oración y presenciamos el acto en uno de los templos. Ah! Para los vagos... que sepáis que si queréis rezar por algo en concreto... podéis pasar a los monjes en un papelito el tema en cuestión y ellos lo hacen por ti a cambio de dinero. ¡Vaya con la fe! Y es que como dice el refranero español: “nadie da duros por pesetas” o “el que algo quiere, algo le cuesta”.

Después de haber compartido los primeros compases de la jornada con los monjes tocaba ir al monumento memorial de la Segunda Guerra Mundial. Situado en la parte alta de la ciudad, donde se puede contemplar el horror más absoluto de la contaminación, contiene un mural con numerosas escenas de soldados rusos y mongoles.

A continuación, fuimos a un mercado típico de Mongolia, donde pudimos probar quesos de leche de camello, y más tarde a la gran estatua ecuestre de Genghis Khan con su látigo dorado en la región de Tov Amaig, a 54 kilómetros de Ulán Bator. Y cuando pensábamos que ya habíamos visto lo mejor de la jornada y que la inversión de la excursión ya estaba amortizada... empezó el show.

Era la hora de comer. Y lo íbamos a hacer en una ger mongola situada en pleno parque natural. El hambre apretaba y el sol más todavía... y entonces llego él entre los árboles multicolores. El protagonista del día. Un lugareño con sombrero y sonrisa constante montado en un carro conducido por un yak. Ese iba a ser nuestro transporte por tierra, barro y ríos hasta llegar a la casa donde nos esperaba leche de camello, té, una sopa riquísima y... ¡cómo no! Masa rellena de carne -como llamamos entre nosotros aquí a toda la comida que hacen-. Qué conste que esta referencia no es envidia ni miedo a la competencia eh? Que la masa de los polvorones... ya la querrían muchos tener! :)

El trayecto fue tan surrealista como divertido. No podíamos parar de reír por la escena de los tres polvorones subidos al cacharro ese y tampoco por las bromas y los canturreos de ese personajillo, que parecía el hombre más feliz del mundo.

En unas horas nos vamos rumbo a Pekín (30 horas de tren...), pero yo por lo menos me voy con muy buen sabor de boca de Mongolia. Gente muy amable, servicial, familiar y con ganas de avanzar.

Qué suerte poder viajar (y poder contarlo) para poder aprender de otras culturas y superar todo tipo de barreras.